Érase una vez una ciudad llamada “La Gran Ciudad” en la que
se produjo la historia de la reforma de unos pasos de peatones y la creación de otros nuevos para el uso de las
personas con movilidad reducida, para los vehículos adaptados para minusválidos y para las sillas manuales.
Veamos...
Ante esto que era al parecer un problema para los habitantes de “La
Gran Ciudad” los dirigentes ante la demanda de los máximos usuarios de estos
pasos y ante las recomendaciones de alguna que otra asociación, se pusieron a
pensar y tras varios días haciéndolo se les encendió la bombilla y discurrieron
la solución.
-Haremos más pasos de
peatones y los viejos los reformaremos-.
Mandaron hacer los planos, tomaron las medidas, contrataron
a una empresa privada de otra ciudad , ya que parece que en la Gran Ciudad no había
trabajadores cualificados para este tipo de trabajos, pintaron las zonas donde deberían de ir y de
la noche a la mañana se pusieron a hacerlo.
La Gran Ciudad se vio alterada en sus quehaceres diarios. Vallas
cortando las calles, ruido, polvo y vamos, vamos, vamos que para mañana es
tarde, y como por arte de magia en menos de una semana se quedaron los pasos de
peatones de la Gran Ciudad terminados, aunque no muy bien rematados, pero terminados.
Y claro los peatones comenzaron a utilizarlos sin ningún
problema aparente. pasaban.
Luego llegaron los ciudadanos que tienen su movilidad algo
reducida y bueno también pasaron, claro que en algunos casos con más dificultad que
en otros.
Después vinieron los minusválidos con sus sillas electicas motorizadas,
y... también pasaron, aunque con algún que otro golpe para sus amortiguadores.
Y finalmente vinieron los otros minusválidos
los menos pudientes
con sus sillas de ruedas manuales y los ancianos a los que les cuesta levantar los
pies cansados de los años vividos, y tropezaron una y otra vez y volvieron a tropezar. ¿Qué pasaba? ¿Qué fallaba? para que ellos no pudieran subir.
Ante el nuevo problema que se venia encima, los gerifaltes que no habían controlado la realización
de la obra, de nuevo se pusieron a pensar y se dieron cuenta de que los pasos
que habían proyectado y ejecutado no estaban a nivel 0, a nivel de calle y claro las sillas de
minusválidos y los pies cansados de los
ancianos chocaban contra los bordillos lo que les hacía casi imposible salvar este obstáculo.
Y de nuevo los dirigentes tuvieron que
reunirse a pensar.
Pensaron, pensaron y volvieron a pensar, y justo un momento antes de que les
saliera humo de sus cabezas decidieron no hacer nada porque entendian que ya lo habían hecho y estaba bien, y además el que no los puediera utilizar, pues que no los utilizase.
Y colorín colorado, este cuento se ha terminado.
En la Gran Ciudad un día de otoño sentado en mi silla de
ruedas.
Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.