Francisco Cañizares, periodista y expresidente de la
Asociación Nacional de Informadores de la Salud (ANIS)
Alertas y alarmas sanitarias
En 1976 la revista Newsweek
llevaba a su portada una fotografía en la que aparecía un hombre moribundo y un
sanitario con mascarilla junto a un titular que decía: “El misterio de la
fiebre asesina”. Lo que en ese momento era un enigma no tardó en dejar de serlo.
La responsable de la neumonía que afectó a numerosos soldados que acudieron a
la convención de la Legión Americana de Filadelfia era una bacteria que, en
alusión al cuerpo al que pertenecían los afectados, se denominó legionela.
Viendo las declaraciones públicas de algunos responsables políticos en las
últimas semanas a propósito del brote de Manzanares, he creído que me estaban
hablando de una infección tan desconocida y, por tanto, de consecuencias tan
imprevisibles como lo era en 1976. Se ha dicho que la situación en la localidad
era “alarmante” y sus vecinos vivían en un ambiente donde reinaba “el miedo”.
Da la impresión de que más que un
escenario así, lo que pretendía era crearse ese ambiente. Los calificativos no
describen la realidad de lo que ha sucedido porque, afortunadamente, la
infección por esta bacteria, sus síntomas, qué población resulta más vulnerable
y la forma de actuar ante la enfermedad es bien conocida por los profesionales
y por las autoridades sanitarias. Lo que cabe en estas circunstancias es lo que
se ha hecho: estar alerta para detectar cuanto antes el foco de la infección,
evitar que se propague y atender con rapidez a las personas afectadas.
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Un ingrediente fundamental en esa
tesitura es la información porque da herramientas a los ciudadanos para saber
cómo actuar. Es decir, tranquiliza y disipa las dudas que puedan tener y la
lógica inquietud que a todos nos invade cuando lo que está en juego es la
salud. Para que tenga este efecto la información debe responder a la evidencia
científica, ser clara –comprensible para cualquier persona– y estar actualizada
al momento. Y un aspecto clave: deber ser unívoca. Es decir, lo que dicen los
profesionales y los responsables sanitarios tiene que coincidir con lo que
cuentan los medios y con las declaraciones de los políticos.
¿Se han dado estas condiciones en
el brote de Manzanares? Sí, excepto en el último punto. Algunos políticos con
sus declaraciones han actuado, una vez más, de manera irresponsable, porque no
había motivo para intentar generar alarma. Sí para estar en guardia, para tener
plenamente operativos todos los instrumentos de un sistema sanitario de los
mejores del mundo como el que tenemos en España –también en Castilla-La Mancha–
; un operativo experto en hacer frente a este tipo de problemas y a otros mucho
más graves. Esta capacidad de reacción ha quedado en evidencia; el brote está
controlado. Pero también ha quedado clara la voluntad de algunas personas por
transformar la alerta en temor. ¿Qué se gana? Desde el punto de vista de la
salud pública, nada, porque todos sabemos que el miedo solo mueve a la
parálisis y a actuaciones irracionales.
Llueve sobre mojado, es un
fenómeno que se repite periódicamente. Lo vivimos a finales de 2014 con la
crisis del ébola, y echando la vista atrás, siete años antes, en 2009, con la
gripe A, y en 2000 con el mal de las vacas locas. Pero la situación provocada
por el brote de Manzanares reviste dos características singulares que la
diferencian de las otras crisis, lo que deberían haber tenido en cuenta algunos
políticos. Por un lado, no eran un mal desconocido o de consecuencias
imprevisibles como aquellas, y por otro, la mortalidad de la legionela es
reducida, alrededor del 4% de los afectados (En Manzanares ha sido todavía
menor). Son dos razones de peso para no propiciar la alarma sino la confianza
en nuestra capacidad para hacerle frente. En un sistema sanitario como el
español no está justificado el miedo, pero hablando de una infección tan
recurrente como esta, menos todavía. Salvo que lo que se pretenda por parte de
algunos dirigentes es precisamente eso, provocarlo, con los réditos que ello
conlleva.