Lo que digo, lo único que digo es que me da pena pasear por ese paseo de
la estación embadurnado de chicles, o esas puertas de bares donde parece que se
ha derramado un bidón de aceite, o esos bancos mugrientos, rodeados de
manchurrones que el tiempo va ennegreciendo...
Qué pena, pueblo, verte tan deslucido, tan desmejorado a
pesar del ingente equipo de barrenderos, de maquinaria de limpieza, de
efectivos a todos los niveles. Ni busco culpables, ni pretendo decir que los
barrenderos no hacen su trabajo. Lo que digo, lo único que digo es que me da
pena pasear por ese paseo de la estación embadurnado de chicles, o esas puertas
de bares donde parece que se ha derramado un bidón de aceite, o esos bancos
mugrientos, rodeados de manchurrones que el tiempo va ennegreciendo, o esos
sitios donde anidan las palomas dejando sus excrementos como tarjeta de visita,
o esos postes colocados de por vida en mitad de las aceras, o esas paredes
orladas de cables de luz y de telefonía que parecen cenefas del despropósito o esos contenedores abarrotados que ya no
pueden contener tanta inmundicia como la
sociedad actual produce y se ven colapsados y rodeados de los restos que ya no
permite su capacidad, o de esas baldosas que las raíces levantan y que en más
de una ocasión han provocado caídas y heridas, o esos alcorques desnivelados, o
esas depresiones súbitas en algunas aceras.
Qué pena, pueblo que tu mudez te impida gritar a los cuatro
vientos tu tragedia, que tengas que depender de los desaprensivos que te ignoran,
de los guarros que te ensucian, de los indiferentes que pasan de
sí. Y grito, aunque mi grito se pierda en el vacío, ese vacío al que irán a parar tantos gritos inútiles.
No pretendo, como dije,
culpar a nadie, porque los primeros culpables somos nosotros con nuestra
desaprensión, con nuestro incivismo, con nuestra apatía. Pero sí quiero dejar
constancia de que no es sólo crear atracciones turísticas lo que engrandece a
un pueblo; que en esos pequeños detalles (no tan pequeños) está el verdadero
rostro, la primera impresión que nos producirá el lugar visitado.
Si tú pudieras defenderte por ti mismo, yo me callaría. Te
dejaría hacer, disfrutaría viendo tu manera de exigir lo que se merece un
pueblo de tu raigambre, incluso, apelando al morbo, me encantaría ver cómo
denuncias esas injusticias a las que te someten, te sometemos, los que deberíamos
enorgullecernos de tu buena planta.
No suelo leer los programas políticos que los partidos
someten a nuestro juicio cuando están
próximas las elecciones, entre otras cosas porque casi nunca se cumplen y sólo
son papel mojado, pero está por ver que alguien haya respaldado el rostro del
pueblo como bien a defender a capa y espada. Y es ese rostro, pueblo, el que
hoy llora en este escrito…
Jerónimo Calero Calero.