El pasado sábado me llegaba un comunicado en el que me
indicaban que en el popular Paseo de los Pinos, una familia había esparcido las
cenizas de uno de sus seres queridos que había fallecido.
La primera reacción fue de sorpresa y a continuación algo de
incredulidad, pero la persona que me lo había comunicado lo había visto con sus
propios ojos y me merece total confianza.
No obstante, como somos un poco Santo Tomas, que hasta que
no vemos no creemos, en la mañana de hoy me he pasado por el
Paseo de los Pinos
aprovechando mi diaria caminata y he ido mirando uno por uno los pinos para ver
si encontraba algún resto de ceniza, y efectivamente en al menos seis pinos se
puede apreciar montoncitos de ceniza (desde el pino que hace el nº 27 y hasta
el 32 comenzando a contar desde los Cinco Puentes), que en ningún caso voy a
afirmar que se traten de un fallecido,
pero como se suele decir “tinto y en botella”
Últimamente es práctica habitual que las cenizas de nuestros
seres queridos sean depositadas en sitios relevantes y con especial
significado, lo que está convirtiendo esta práctica en un problema.
Según tengo entendido no hay normas civiles que regulen
dónde y cómo se pueden esparcir las cenizas de un fallecido y mucho menos si se
pueden llevar o no a casa, claro que lo mejor tal vez, sería dejarlas en los
columbarios que existen al efecto en el cementerio municipal y no esparcirlas
en espacios públicos que utilizamos todos y que unos tendremos más reparos que
otros con estos asuntos de la muerte.
En cualquier caso descanse en paz en el Paseo de los Pinos.
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