martes, 3 de noviembre de 2020

Javier Reverte fue uno de los conferenciantes del I Curso de la Escuela de Ciudadanía

Lejos de los palacios y los salones

Román Orozco - Javier Reverte

Por Román Orozco*.

Hablar con la gente. Trasladar la voz de los que sufren. Porque sabremos mucho más sobre lo que es el mundo. Lo aprendió del maestro Kapuscinski. Y fue un alumno aventajado. Era Javier Reverte. 

He repasado las palabras que pronunció en la Biblioteca Municipal Lope de Vega el 8 de mayo de 2009. Clausuraba el primer ciclo de conferencias de una recién nacida Escuela de Ciudadanos (hoy de Ciudadanía). Había aceptado mi invitación para formar parte del “profesorado” del primer curso de la Escuela, al igual que los otros cinco amigos que le precedieron: Almudena Grandes, Miguel Ríos, Nativel Preciado, Miguel Ángel Aguilar y Luis García Montero. 


Ha muerto Reverte, Javier. Los grandes medios han titulado que desaparece “el gran autor de libros de viajes”. Es cierto que escribió grandes libros de viajes. Pero Javier era más, mucho más que un autor de libros de viaje. Amén de que algunos de sus viajes, como navegar los más de 6.000 kilómetros del Amazonas, eran inabordables para el común de los mortales. Aquel libro lo tituló El río de la desolación. En la larga travesía desde los Andes peruanos al Atlántico brasileño, enfermó de malaria. Estuvo al borde de la muerte. No es una frase hecha. 

Lo recuerdo como el gran reportero que viajaba para hablar con la gente y descubrirnos otros paisajes, otros seres humanos, que sufrían o amaban como nosotros. De esas conversaciones con “los miserables del mundo” nacieron sus grandes libros. Los de África, sí. Pero también los de la guerra de Bosnia y el cerco de Sarajevo. Bienvenidos al infierno, tituló aquel libro que escribió sobre el drama que se desarrolló en el corazón de la “civilizada” Europa.


O de La trilogía de Centroamérica (Plaza y Janés, 2000), un tomo que recoge tres hermosas novelas centradas en Nicaragua, Guatemala y Honduras, que reflejan las guerras que azotaron aquella región en los años 80. Aunque más que del conflicto bélico, habla “de almas y de contradicciones; del dolor, de la muerte, y también del amor; de todo aquello que convierte a los hombres, en momentos dramáticos, en seres perplejos”.

Reverte trabajaba al estilo de Ryszard Kapuscinski, que era su referente. Como para muchos, entre ellos Manu Leguineche, su gran amigo. En el salón abarrotado de la Biblioteca Lope de Vega sus primeras palabras fueron precisamente para recordar al periodista polaco que recorrió el mundo, como luego hizo Javier, hablando con la gente y trasladando aquellas lejanas voces a reportajes o libros, para que entendiéramos mejor el mundo en el que vivimos. 


Titulamos su charla -que pueden leer íntegra en este blog- “lejos de los palacios y salones”. Las fuentes de Reverte eran el pueblo llano. Como Machado, destacaba por su torpe aliño indumentario. Lo recuerdo paseando por Garrucha, donde tuvo durante largos años sus cuarteles de invierno, al igual que su amigo Leguineche. 

Uno de sus fieles acompañantes en el pueblo almeriense, además de cuidador de su humilde barca de pesca, era El Vinagre. Un filósofo de pueblo. En cierta ocasión, a cuenta de algún libro que Javier estaría leyendo o escribiendo, El Vinagre le espetó: “Vosotros sois más del leer, nosotros más del pasear”. Yo añadía que también del escuchar. Eso es lo que hizo toda su vida Javier: escuchar y escribir. Y leyéndolo, aprendimos cómo era el mundo lejos de los palacios: de África a Bosnia, de Alaska al Amazonas. 

*Román Orozco es periodista, director y fundador de la Escuela de Ciudadanía

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