martes, 9 de septiembre de 2014

“El Rostro de mi pueblo”. Artículo de opinión de Jerónimo Calero Calero



Lo que digo, lo único que digo es que me da pena pasear por ese paseo de la estación embadurnado de chicles, o esas puertas de bares donde parece que se ha derramado un bidón de aceite, o esos bancos mugrientos, rodeados de manchurrones que el tiempo va ennegreciendo...
Qué pena, pueblo, verte tan deslucido, tan desmejorado a pesar del ingente equipo de barrenderos, de maquinaria de limpieza, de efectivos a todos los niveles. Ni busco culpables, ni pretendo decir que los barrenderos no hacen su trabajo. Lo que digo, lo único que digo es que me da pena pasear por ese paseo de la estación embadurnado de chicles, o esas puertas de bares donde parece que se ha derramado un bidón de aceite, o esos bancos mugrientos, rodeados de manchurrones que el tiempo va ennegreciendo, o esos sitios donde anidan las palomas dejando sus excrementos como tarjeta de visita, o esos postes colocados de por vida en mitad de las aceras, o esas paredes orladas de cables de luz y de telefonía que parecen cenefas del despropósito  o esos contenedores abarrotados que ya no pueden contener tanta  inmundicia como la sociedad actual produce y se ven colapsados y rodeados de los restos que ya no permite su capacidad, o de esas baldosas que las raíces levantan y que en más de una ocasión han provocado caídas y heridas, o esos alcorques desnivelados, o esas depresiones súbitas en algunas aceras.


Qué pena, pueblo que tu mudez te impida gritar a los cuatro vientos tu tragedia, que tengas que depender de los desaprensivos que te ignoran, de los guarros que te ensucian, de los indiferentes que pasan de
todo. No sé qué decir, cómo catalogar lo que ocurre, a qué achacar ese estado de abandono al que pareces estar sometido. ¿Dinero?, ya no, ya hay dinero para hacer cosas: para comprar casas, restaurar molinos, crear museos,  rehabilitar plazas, arreglar cauces… Ya hay dinero para todo, menos para lavarte el rostro. Ese rostro que, rojo de vergüenza se ofrece a los viajeros que nos visitan. Tú no puedes gritar, pero yo
sí. Y grito, aunque mi grito se pierda en el vacío, ese vacío al que irán a parar tantos gritos inútiles.


No pretendo, como dije,  culpar a nadie, porque los primeros culpables somos nosotros con nuestra desaprensión, con nuestro incivismo, con nuestra apatía. Pero sí quiero dejar constancia de que no es sólo crear atracciones turísticas lo que engrandece a un pueblo; que en esos pequeños detalles (no tan pequeños) está el verdadero rostro, la primera impresión que nos producirá el lugar visitado.

Si tú pudieras defenderte por ti mismo, yo me callaría. Te dejaría hacer, disfrutaría viendo tu manera de exigir lo que se merece un pueblo de tu raigambre, incluso, apelando al morbo, me encantaría ver cómo denuncias esas injusticias a las que te someten, te sometemos, los que deberíamos enorgullecernos de tu buena planta.



No suelo leer los programas políticos que los partidos someten a nuestro juicio cuando  están próximas las elecciones, entre otras cosas porque casi nunca se cumplen y sólo son papel mojado, pero está por ver que alguien haya respaldado el rostro del pueblo como bien a defender a capa y espada. Y es ese rostro, pueblo, el que hoy llora en este escrito…

Jerónimo Calero Calero.

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